Villa Carlos Paz, a medio camino entre el mar y la montaña

Las próximas vacaciones de verano nos ponen en una disyuntiva: ¿mar o montaña? Villa Carlos Paz podría ser una tercera alternativa a la que no le falta nada: aquí conviven sierras, lagos, arroyos, balnearios y una infraestructura ideal para recibir al turismo estival. Además, forma parte de un interesante circuito de localidades cordobesas con mucho para ver como Cosquín, Alta Gracia, Tanti, Icho Cruz, Macho Sumaj y Cuesta Blanca, entre otras. Apenas 31 kilómetros la separan de Córdoba capital; se trata de una de las villas turísticas argentinas más elegidas para el descanso y la recreación.

Villa Carlos Paz se alza en medio del Valle de Punilla y despunta tanto en sus atractivos naturales como en su centro urbano con todas las comodidades y variedad de lugares de esparcimiento.

¿Qué se puede ver y hacer durante el día en Villa Carlos Paz?

lago-san-roqueEl clima agradable y templado de las sierras cordobesas permite disfrutar al aire libre, sobre todo en verano. Aunque está lejos del mar, posee un bello circuito de playas y pequeños balnearios a orillas del Río San Antonio, el arroyo Los Chorritos y el Lago San Roque. Arena, piedras y agua cristalina componen la postal preferida por los visitantes en verano.

El entorno serrano amerita buscar las mejores vistas del Valle y en Carlos Paz abundan los puntos panorámicos que permiten admirar la belleza del paisaje. Desde los más simples e impensados como una esquina en un barrio elevado de la ciudad, hasta el mirador natural que constituye el Cerro de la Cruz y su ascenso en aerosilla. También se puede acceder a esta cumbre de 2200 metros de altura a pie en un desafío físico interesante. Allí se observa una cruz de enormes dimensiones alrededor de la cual se organiza el Vía Crucis durante la Semana Santa.

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Uno de los museos más originales de la ciudad se halla a unas pocas cuadras del centro y merece una visita de los fanáticos de los autos y las miniaturas: se trata del Museo de Clásicos, una iniciativa del vecino Luis Navarro que llega cada vez más a oídos de los residentes y visitantes. Este recinto abierto al público representa el primer y único museo de autos a escala de coleccionista del país, y atesora más de dos mil piezas. Autos de calle y de colección, camiones, motos y motonetas, tanques de guerra y aviones prolijamente exhibidos deslumbrarán a grandes y chicos.

El ícono turístico de Carlos Paz es el objeto menos pensado, pero que en la Villa despierta risas y sorprende cada media hora. Se trata de un Reloj Cucú de estilo germánico: consta simplemente de una caseta con sus ornamentos decorativos, sostenida por un mástil en una plaza céntrica de la ciudad. Cada media hora en punto suena el gong y se asoma el gracioso pajarito, a la vez que se agolpan muchos turistas deseosos de captar el momento. El Reloj Cucú de Villa Carlos Paz anuncia la hora desde 1958 y fue construido íntegramente con materiales autóctonos.

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¿Qué hacer por la noche en Carlos Paz?

En verano, Carlos Paz se convierte en uno de los polos teatrales más importantes del país. Las obras y compañías se trasladan desde Buenos Aires hacia los principales centros turísticos argentinos y la Villa disputa la mayor cantidad y calidad de los espectáculos con otro coloso del turismo nacional estival: Mar del Plata. Definitivamente un paseo imperdible de la noche cordobesa es ir al teatro a descostillarse de la risa y pasar un buen rato. Porque la alegría también hace al descanso y el relax.

La Avenida Libertad consta de unas cinco cuadras con lo mejor de la Villa en materia gastronómica, bares y pubs. Se halla muy cerca de los principales teatros, constituyendo un excelente complemento para la recreación nocturna de adultos, jóvenes y familias. Las discotecas y el casino son otras posibilidades para culminar un día intenso en uno de los centros turísticos más visitados del país.

 

No sé si estoy en lo cierto, lo cierto es que estoy aquí

¿Alguna duda sobre quién manda aquí?
¿Alguna duda sobre quién manda aquí?

Una vez más, tomé mi pasaporte y viajé un puñado de kilómetros hacia un nuevo país, estrictamente a un «territorio británico de ultramar con amplias capacidades de autogobierno». Fue una curiosa experiencia ingresar a pie de un país a otro, con visibles diferencias en el idioma y las costumbres, pero separados por una línea tan delgada que España se cuela de todas las formas posibles en el pequeñísimo Estado de Gibraltar. Es que hasta hace poco más de tres siglos era parte integrante de su territorio.

En el aniversario de la independencia de mi querido país de la dominación española visité uno de los diecisiete territorios no autónomos del mundo reconocidos por la ONU. En el lenguaje coloquial, es una de las varias colonias que aún controla el Reino Unido.

Gibraltar tiene apenas siete kilómetros cuadrados pero una importancia estratégica: es la presencia continental de un país insular que juega con su pertenencia a Europa dependiendo el momento y el ámbito de discusión. Además, el Estrecho de Gibraltar es la unión natural del océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, constituyéndose el puerto y el comercio marítimo en dos factores claves de la economía gibraltareña. Está a unos escasos kilómetros de la costa de Marruecos, lo que favorece tanto el turismo como las pateras. Otro factor clave a nivel comercial es la exención de impuestos en Gibraltar, con lo cual artículos sensiblemente gravados como tabaco, alcohol, perfumes o electrónica son más baratos, y frecuente objeto de contrabando.

Mi día consistió básicamente en recorrer el casco histórico y turístico y visitar un fenómeno natural imponente: el Peñón o «Gran Roca». Impresiona la mole de piedra que subyace entre la ciudad, constituyéndose en un mirador de lujo y poseedor de una fauna muy particular, distinta de la europea y emparentada con la africana y con edades remotas de la historia. El animalito por excelencia es el mono: unos doscientos ejemplares de los cerca de seis mil que hay en todo el mundo, que con mirada amenazante y otras conductas bastante humanas intimidan a los visitantes y enloquecen por los bolsos y la comida que eventualmente puedan detectar. Mi relación con ellos no fue especialmente idílica, ya que tenía mi vianda del almuerzo encima (¡¡¡error garrafal!!!) y me sentí atormentada toda la visita; apenas los miré de lejos (las fotos tienen un zoom desmesurado). La recepcionista española que trabaja en la base del Peñón, a escasos metros de los monitos, me decía que es cuestión de acostumbrarse y que por nada del mundo hay que mirarlos a los ojos o intentar acariciarlos o alimentarlos… porque las consecuencias pueden ser graves. Son animales salvajes y viven en su estado natural, con lo cual la intervención humana debe mínima para no perturbarlos. Definitivamente la interacción con la naturaleza no es lo mío, soy un bicho de ciudad y museos, pero ciertamente el Peñón es un paseo imperdible y salí victoriosa de la amenaza de los macacos y con mi comida intacta. Cuando bajé, la angustia oral hizo que inmediatamente me comiera el almuerzo para asegurármelo en el estómago. Mi consejo para quienes gestionan las visitas al Peñón: una sala de primeros auxilios (por si los monitos se ponen agresivos, alguien se cae entre las rocas o le da un ataque de nervios por la hostilidad o la altura) y lockers para las carteras y mochilas serían un negocio rentable y un servicio que los eventuales visitantes agradecerán mucho, estoy segura.

Main Street es el paseo comercial por excelencia, y la Casemates Square el equivalente a la Plaza Mayor. Deambulé unas horas por allí sin más ambiciones que empaparme de la multiculturalidad de Gibraltar: si bien es inglesa la presencia española es innegable, a su vez que la pluralidad de lenguas y rostros delata la vocación turística de esta minúscula porción anglosajona en el fin del continente. Con la visita a Gibraltar cumplí literalmente el subtítulo de mi blog, «glosas al pie de Europa», ya que estuve lo más al sur que se puede pretender estar.

Un día en el mercadillo

DSC00083Hoy pasé el día en un entorno típico español. Los mercadillos son ferias que se montan en numerosos municipios y constituyen un paseo habitual para residentes y turistas. Se organizan en grandes predios habitualmente regulados por los Ayuntamientos, por lo cual los propietarios requieren de un permiso para montar sus puestos. En los mercadillos se comercializan todo tipo de productos: frutas y verduras, alimentos, ropa, antigüedades, libros, accesorios, elementos de decoración… Muchas personas se surten allí de todo lo necesario para la vida diaria, ya que en muchos casos los precios son sensiblemente menores que en los comercios tradicionales, donde los costos para el propietario son mayores.

A nivel turístico, los mercadillos son tanto o más promocionados que cualquier otro paseo de compras y tan imprescindibles como la visita en plan turista a museos, iglesias o monumentos, y no solo con el objetivo de fomentar el consumo. Según me contaba Ana, que hace más de treinta años que monta sus puestos en distintos mercadillos de la Costa del Sol, sobre todo los turistas provenientes del norte de Europa, habituados al frío y la lluvia, cuando salen de vacaciones quieren estar al aire libre y gozar del sol, inclusive al momento de hacer las compras. Para encerrarse en centros comerciales enormemente grises ya les basta durante el año, cuando el mal tiempo los empuja invariablemente a predios cerrados.  (más…)