Dos veces mil maneras de morirse un poco

Desahuciar: Quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea./ Dicho de un médico: admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación./ Ficho de un dueño o un arrendador: despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal.

Cristina Fallarás es periodista, escritora, madre, desempleada y desahuciada. Sus antecedentes profesionales y su plácida pertenencia a una clase media acomodada no impidió que todo el peso de la crisis cayera sobre su propia espalda, arrebatándole un derecho básico y justamente ganado: un trabajo y un hogar. Pese a lo desesperante de su situación, Cristina se aferró a una de las pocas cosas que el mal trance ha potenciado en ella: su vocación, derecho y deber de denunciar, vociferar el surco abismal que la recesión y la negligencia política abre en la sociedad española.

a-la-puta-calle-9788484531746«A la puta calle» no es un compendio de estadísticas, números ni predicciones, sino un testimonio en primera persona del drama de una crisis que parece seguir profundizándose (sube el desempleo, cae el PIB…) y que nadie se atreve a arriesgar cuándo empezará a revertirse. Y sin embargo, tantos españoles  sienten que ya no es posible caer más, que ya lo han perdido todo. ¿Continuarán hundiéndose bajo el peso de los cientos que cada día siguen cayendo?

La palabra desahucio, por su fuerza semántica, se ha puesto (lamentablemente) de moda. En este contexto todas sus acepciones caben como anillo al dedo. Desesperanza, arrebatamiento, pérdida súbita e irreversible… los efectos del desahucio son tanto materiales como psicológicos y morales. Como bien lo explica Fallarás (y es esta una de las verdades que se solo se descubre cuando se vive) el desahucio comienza mucho antes de que el banco solicite «gentilmente» el abandono de la vivienda que hace meses no se puede pagar. Se es desahuciado desde el momento en que se pasa a engrosar la lista de DESEMPLEADOS, cuando ya no se puede afrontar la propia manutención por falta de un trabajo remunerado. Las consecuencias venideras y nefastas de esta vulnerabilidad son previsibles. 

Cristina asume con valentía cada uno de los sinsabores, de las amarguras, de los rencores y las brazadas contracorriente («aunque también queda la vía de la prostitución (profesional), claro») a las que su  estatus de desahuciada le han empujado. Rebate las críticas y los mitos «acallaconciencias» que aseguran que una persona con sus antecedentes «no puede ser pobre» y que nunca le iba a tocar a ella. Su bronca y su reclamo es contra la inoperancia del poder político (incluye al gobierno anterior y al actual), cuyas políticas no se focalizan en lo importante: la dignidad de miles de españoles.

Estoy pero no estoy y sé pero no sé. En España soy estudiante y extranjera. Veo la televisión, hablo con españoles, camino por las calles donde otros mendigan y duermen. Sé lo que implica una crisis y veo ahora mismo una bien profunda también en mi país. Aunque los indicadores económicos todavía no asfixien, Argentina tiene grietas y heridas profundas en su costal político, institucional, social y en sus valores. Pero hay miserias que se escapan de la comprensión individual, que no vemos o no queremos ver, y que Cristina Fallarás pone de relieve para que nadie diga que no le avisaron. «A la puta calle» es una lectura de actualidad ineludible y fuente de primera mano para conocer uno de los tantos dramas que sacuden a España y siguen ensanchando su abismo. La denuncia y la receptividad de una verdad que no se puede acallar es una de las tantas sendas de tránsito obligado hacia la recuperación.